LA HISTORIA SIEMPRE VUELVE
Autor:
Antonio García Santesmases es Catedrático de Filosofía Política de la
UNED.
Y vuelve siempre aunque nos empeñemos en negarla.
Tras las últimas elecciones generales hemos vivido un tiempo nuevo lleno de
incertidumbres; un tiempo que se va a prolongar durante las próximas semanas.
Nunca había ocurrido lo que estamos viviendo porque tampoco nunca se habían
producido unos resultados electorales tan difíciles de gestionar.
Algo, sin embargo, ha cambiado a partir del
viernes 22 de enero. Cuando estaban concluyendo las consultas a las distintas
fuerzas políticas, se produjo el anuncio de Pablo Iglesias de
estar dispuesto a formar parte de un gobierno con el Partido Socialista en el
que llegaría a asumir la responsabilidad de la Vicepresidencia
del gobierno. Horas después el aún Presidente anuncia que declina la posibilidad
de presentarse al discurso de investidura. Reserva su candidatura para un
momento posterior cuando se haya conseguido que el Partido Socialista asuma que
no debe formar gobierno con los “radicales”, los “populistas” y los
“independentistas”. Cuando el PSOE haya entrado en razón será el momento de
ofrecer un gobierno “sólido”, “solvente” y “serio” en el que participen los que
defienden la unidad nacional, los valores constitucionales y la Europa del Euro; un
gobierno en el que podrían participar el Partido Popular, el PSOE y Ciudadanos.
A partir de ese momento son legión los
comentaristas que hablan de la encrucijada en la que se halla un partido
socialista dividido entre los que abominan del pacto con Podemos y los que
juran que jamás facilitarán un gobierno del Partido Popular. No faltan los que
recuerdan que las experiencias de gobiernos de coalición de la época de Zapatero
acabaron en estrepitosas derrotas. Me parece que sin analizar estas experiencias es
imposible tomar una decisión. Hay que evaluar lo ocurrido para saber a que
atenerse.
Una época tachada
El problema para poder efectuar esta evaluación
viene de que han pasado tantas cosas desde entonces que parece cosa acaecida en
un remoto pasado el gobierno de Pascual Maragall en coalición
con Esquerra Republicana y con Iniciativa Per Cataluña. Aquel tripartito fue el
preludio del gobierno de Zapatero que alcanzó un pacto parlamentario con
Izquierda Unida, con el Bloque Nacionalista Gallego y con Esquerra Republicana.
Muchas cosas ocurrieron entonces que hay que analizar si se quiere alcanzar un
nuevo acuerdo entre fuerzas dispares. Es evidente que para la posición
dominante en el socialismo español ese es un camino que nunca más hay que
volver a transitar ya que, a su juicio, una izquierda condescendiente con el
nacionalismo perdió sus señas de identidad. Para la posición minoritaria, el
Federalismo de Maragall fue una magnífica oportunidad de encontrar un acomodo
al hecho diferencial catalán sin romper la unidad de España. La derecha española
lo impidió con su política de hostigamiento a aquella posibilidad. ¿Piensa
hacer lo mismo en esta ocasión? Me temo que es lo que estamos viviendo en las
últimas horas.
El problema para valorar aquel intento es que no
tiene defensores. Unos han evolucionado hacia el independentismo y otros
ignoran el sentido de aquella batalla. La segunda legislatura de Zapatero fue
muy distinta a la primera y todo cambió abruptamente a partir mayo del 2010. Ya
nada volvería a ser lo mismo. Un año después, las manifestaciones del 15 de
mayo del 2011 visualizaron el inicio de una nueva época; una época que ha
encontrado su expresión política en los resultados del pasado 20 de diciembre.
A partir de las movilizaciones en las plazas se fue propagando la tesis de la
equivalencia entre el PSOE y el PP como dos fuerzas equivalentes que
representan lo mismo. Es ahora con motivo de la incertidumbre en la que nos
encontramos cuando ha vuelto a emerger el recuerdo de la época de Zapatero. Los
portavoces de Podemos no estaban interesados en recordar lo vivido en aquellos
años porque complicaba el relato de la necesidad de romper con las fuerzas del
régimen del 78. Los dirigentes políticos del PSOE tampoco han querido
reivindicar aquellos años porque, para la interpretación dominante, fueron
fruto del desvarío y de la irresponsabilidad, de la frivolidad y del buenismo.
Mejor enterrar unos años en los que el PSOE dejó de ser el PSOE. Volvamos a los
buenos tiempos, a los años ochenta en que eran posibles las mayorías absolutas
y no se necesitaba pactar con nadie.
Hete aquí, sin embargo, que tanto para los que
viven en la creencia de que el mundo comenzó en mayo del 2011 como para los que
quisieran enterrar aquellos años la historia, esa historia que unos no conocen
y otros quieren enterrar, ha vuelto a aparecer.
Y ha vuelto a aparecer, en primer lugar, y aunque
sorprendentemente no se repare en ello, porque Ciudadanos no cumplió las
expectativas que estaban previstas. Todo estaba diseñado para que un acuerdo
entre el Partido Popular y Ciudadanos permitiera a Albert Rivera
ser Vicepresidente, manteniendo a Rajoy de Presidente o
buscando un recambio dentro del Partido Popular. La oferta que Pablo Iglesias
hace hoy al PSOE es la que estaba previsto que Rivera hubiera efectuado al
Partido Popular. Si se hubiera cumplido el guión previsto por el Ibex 35 y la Corona , las fuerzas
constitucionales y los intelectuales agrupados por la plataforma Libres e
Iguales, hubieran respirado tranquilos y hubieran mostrado su más profunda
satisfacción. Tras el éxito de Ines Arrimadas en Cataluña, este diseño parecía
factible pero algo falló y se produjo la remontada de Podemos. En contra de lo
que se dice, las encuestas no se equivocaron en los escaños que atribuían al
Partido Popular y al Partido socialista; fallaron en la previsión de los
escaños adjudicados a Podemos y a Ciudadanos.
A partir del fiasco electoral, Rivera ha sabido
reaccionar con rapidez y ha logrado implicar en su política al PSOE. No quiere
asumir en solitario el apoyo al Partido Popular y pide al PSOE que se sume al
intento. Los intelectuales afines aplauden y señalan que es lo mejor para todos
ya que reconocen que Podemos ha tenido un gran resultado que hay que subrayar;
hay incluso que agradecer el mérito de haber conseguido incorporar a las instituciones
democráticas las demandas de una nueva generación pero a la hora de gobernar
hay que actuar con rigor y con solvencia. El lugar de Podemos es la oposición,
guardando las esencias y manteniendo los principios revolucionarios, pero en la Europa del Euro el gobierno
debe quedar reservado a las fuerzas constitucionales; máxime en un país donde
hay que afrontar un desafío independentista que no deja de crecer.
Todo este discurso repetido hasta la saciedad
desde el 20 de diciembre ha sido puesto en cuestión por la rueda de prensa de
Pablo Iglesias. El líder de Podemos se ofrece a compartir el gobierno con un
partido del sistema y se ofrece a ser vicepresidente de Pedro Sánchez.
No sólo los más viejos del lugar están perplejos y desconcertados, sino que todo
el mundo se pregunta: ¿estamos ante una escenificación? ¿Estamos hablando de
una propuesta consistente? Como escenificación no puede ser mejor ya que
siempre se podrá argumentar que fue el otro el que imposibilitó el acuerdo, el
que no tuvo la audacia de iniciar un tiempo nuevo.
Estamos pues indudablemente ante una gran
escenificación pero también ante una propuesta muy arriesgada para Podemos. Si
el único problema fuera alcanzar un programa socio-económico que lograra
compaginar los dictados de Bruselas y las necesidades sociales, el asunto sería
peliagudo pero sería previsible. El problema es que a la agenda social hay que
unir las demandas de la plurinacionalidad; a los problemas derivados de la
redistribución, las demandas de reconocimiento. Unas demandas que van a crecer
en el 2016 con las elecciones gallegas y las elecciones vascas y con la
evolución de la situación en Cataluña.
Se habla mucho de los peligros para el PSOE de
embarcarse en esta coalición pero no se señala que Podemos es la primera fuerza
en Cataluña y en Euskadi y ha conseguido un gran éxito porque ha logrado atraer
a los votantes independentistas. Por ello es un partido que es visto con
especial preocupación, recelo y hostilidad por los nacionalismos de izquierda
que ven como un partido “español” ha entrado en sus caladeros. Y es aquí donde
está la gran oportunidad, y el enorme riesgo para el PSOE y para Podemos, la
gran oportunidad de volver a retomar la historia que quedó truncada tras el
final traumático de la experiencia de Zapatero. Y el enorme riesgo de que los
electores más españolistas del PSOE queden defraudados y los electores más
radicales de Podemos queden frustrados. Tras lo ocurrido en Cataluña y en
Galicia, tras las experiencias del tripartito y del bipartito es una posibilidad
que hay que contemplar. El peligro de que todo acabe en un gran fiasco. La
derecha española va a contribuir a propiciar ese fiasco.
Retomar el proyecto abandonado
Algunos de los que mirábamos con simpatía el 15M,
al ver emerger a una nueva generación que reclamaba derechos sociales y se
oponía a la austeridad, siempre sentimos una cierta desazón al ver que temas
que considerábamos esenciales apenas eran tratados: la memoria histórica, el
republicanismo, el federalismo, la laicidad, la plurinacionalidad… Es decir,
los temas que habían provocado la hostilidad de la derecha a lo largo de la
primera legislatura de Zapatero cuando le acusaban de guerracivilista, de
relativista, y de haber puesto en peligro la unidad nacional con promesas de
imposible cumplimiento.
Los que le atacaron lograron en parte su
propósito porque consiguieron que el Tribunal Constitucional, tras cuatro años
de parálisis y de intrigas, desautorizase el Estatut aprobado por el
pueblo catalán en referéndum. Y lograron también que la polarización entre
separatistas y separadores llenara la escena política.
Desde entonces, hemos ido a peor. Por ello, antes
de iniciar nuevos caminos hay que precisar con mucho rigor, con mucho tiempo y
con mucha pedagogía de qué hablamos al hablar de reforma federal de la
constitución o qué queremos decir al proponer transitar de un Estado autonómico
a un Estado federal, y al conjugar la igualdad de derechos de todos los
ciudadanos con la diversidad de las identidades culturales y nacionales.
De nada de esto se ha hablado con rigor en la
última campaña electoral. Cuando Campo Vidal intentó que
Sánchez y Rajoy se pronunciaran sobre el tema de Cataluña, el tema de la
corrupción y las descalificaciones consumieron el debate. Se habló en algunas
entrevistas de iniciar un camino distinto al inmovilismo de Rajoy y al
independentismo de Artur Mas y de hacer a Cataluña una
oferta en la que se pudieran encajar sus demandas. De todo esto se habló muy
levemente y por ello es imprescindible concretar y precisar. Si no se hace,
corremos el peligro de volver a ofrecer promesas de imposible cumplimiento y a
construir castillos en el aire.
Ya sabemos que el Partido Popular y Ciudadanos no
quieren modificar ni una coma del actual modelo autonómico y en todo caso
piensan que si hay que tocarlo es para centralizar competencias; ya sabemos
también que los nacionalismos periféricos optan por apostar por un nuevo Estado
que abandone a su suerte a la
España actual. Pero también sabemos que durante la campaña,
Podemos consiguió una magnífica complicidad entre Madrid y Barcelona que hay
que saber aprovechar. La simpatía con la que han sido recibidas en las dos
ciudades las dos alcaldesas muestra un sentimiento de fraternidad que hay que
alentar. Ayuda más a la unidad nacional ese clima que todas las proclamas de
los separadores que no hacen sino incrementar las ansias de los separatistas.
Por ello, si se quiere ofrecer algo distinto, que
sea creíble, el PSOE y Podemos tienen que alentar ese clima de fraternidad y
perfilar el proyecto de un Estado federal que conjugue la plurinacionalidad y
la igualdad, la diversidad y la cohesión.
Comprendo que algunos piensan que es un camino
imposible porque los nacionalismos no están por el Estado federal y la derecha
bloqueara cualquier reforma constitucional; pero si no comenzamos a perfilar el
proyecto, si no hacemos nada, el choque de trenes está garantizado. El camino
entre el inmovilismo del PP y el independentismo hay que llenarlo de contenido.
La historia que se quiso tachar ha vuelto y ha vuelto para quedarse.
Necesitamos un nuevo relato si queremos articular un proyecto de país. No es
posible ni volver a los ochenta ni pensar que todo empezó en mayo del 2011. Ha bastado una rueda
de prensa para que todos los fantasmas del pasado del zapaterismo hayan vuelto.
Si no se está dispuesto a conjurarlos, con inteligencia y con audacia, mejor no
iniciar el camino, no mantener la apuesta, y que todo quede en una magnífica
representación de los unos y en un repliegue temeroso de los otros.
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