La realidad es compleja, diversa y muy
cambiante; se asemeja a una sucesión encadenada de fotogramas que se
precipitan, a la par que nos invitan a actualizar las interpretaciones que
hacemos de cada acontecimiento, en una sociedad en la que conviven actitudes
muy dispares ante los hechos que permanentemente suceden.
La actitud pasiva del individuo es
patrimonio de la cultura conservadora; de naturaleza improductiva e inútil,
cultiva apreciaciones simples, meramente circunstanciales y justifica la
inacción al considerar que estamos en manos seguras de seres superiores, casi
divinos, a los que debemos rendir culto, reservándose la discrepancia al ámbito
de lo privado, como penitencia para la purificación personal.
Son “insumisos” a las normas
imperantes; otros ciudadanos que se sienten agentes activos comprometidos con
la sociedad y ponen todo su empeño en racionalizar, valorar y elevar a una
categoría relevante las conclusiones que nacen de su propio análisis y
reflexión, llegando a formular respuestas trasgresoras que anticipan
situaciones futuras, probables unas veces y deseadas en la mayoría de los
casos.
Los sucesos son fruto de la
concurrencia de múltiples factores que lo anteceden, a la vez que origen de
otros que sobrevendrán; sobre la sucesión en el “tiempo” en el que se
desenvuelven, la orientación que adopten y la intensidad con la que se
manifiesten, actúa como una fuerza esencial la voluntad de los actores que se
sienten implicados, es decir, el compromiso efectivo que asume el individuo y
la propia sociedad.
La opinión que los hechos nos merecen,
se construye sobre percepciones singulares, fruto del espíritu selectivo de
quien los valora; sirviéndonos para “descodificarlos” y aportarles la
trascendencia que les resulta consustancial, una combinación de nuestra
experiencia, sentimientos, creencias e intereses.
Los elementos comunes de nuestra
reflexión y otras realizadas, convergen en puntos de encuentro capaces de crear
espacios en los que “el grupo” se identifica, a partir del cual se refuerza y
proyecta aspirando a crear una conciencia colectiva. Es propio de estructuras
democráticas poner también en valor las divergencias existentes en el grupo,
evitando discursos circulares conducentes a un sectarismo, enormemente empobrecedor.
La fuerza de la izquierda
transformadora nace de los individuos y su capacidad de reflexión crítica ante
la realidad, con ellos las organizaciones están obligadas a educar y generar la
conciencia social necesaria para transformar la sociedad; si este proceso se
quiebra, se invierte o, simplemente, se debilita, son otros poderes dominantes
los que pensarán y decidirán por uno; atendiendo quizá a intereses antagónicos
a los nuestros, se sentirán legitimados para imponer de forma exclusiva sus condiciones.
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